2.2.17

El placer de lo prohibido

Según pasaban las horas, quedó dormida y dejó su piel desnuda y vulnerable. Desde hacía un par de meses, esperaba con impaciencia que llegara la noche para volver a estremecerse en sueños.

Tan pronto como cerraba los ojos, sentía un escalofrío en la nuca que le erizaba toda la piel, seguido de una voz susurrante, que despertaba su fuego interno. Era entonces cuando se giraba, sus miradas se cruzaban y otro escalofrío recorría toda su columna. De repente, notaba el calor de sus manos expertas acariciando sus piernas con delicadeza y su imponente mirada clavada en sus labios. Se sentía atrapada, vulnerable, y eso le encantaba.

En ese momento sus bocas se encontraban y se desataba la batalla. Ambas lenguas jugaban dentro de la boca y los dientes mordían con brusquedad sus labios, mientras las manos arañaban los hombros, haciéndolos sangrar. El juego continuaba por unos minutos hasta que él la tumbaba con ímpetu sobre la cama y se colocaba sobre ella, sujetándole las muñecas con las manos. La lengua que hacía poco estaba jugando con la suya, pasó a recorrer despacio todo su cuerpo un par de veces, de arriba a abajo. Sin darse cuenta se vio a sí misma siendo atada a la cabecera de la cama con una cuerda gruesa que llegaba a hacerle daño en las muñecas.

Inmovilizada, sentía un cosquilleo en la zona interna de los muslos. De nuevo, sus manos le acariciaban las piernas, pero esta vez con más fiereza. Él, aprovechaba ese momento para retomar el juego entre sus piernas, y conseguir sacarle el primer gemido de placer. Mientras tanto, ella, seguía luchando con aquellas cuerdas que le impedían tocarle y agarrarle la cabeza. Como si él supiese lo que ella pensaba, levantaba la cabeza, la miraba a los ojos con la intensidad que le caracterizaba, y desataba los nudos.

Se tumbó sobre ella, rozando su piel desnuda y buscando de nuevo su boca. Entonces ella cerraba los ojos, dejándose llevar. Por fin, sentía que sus cuerpos se unían y todo su cuerpo estremecía, al tiempo que ambos escuchaban sus entrecortadas respiraciones.

«Toc, toc». Se escuchaba tras sus gemidos de placer, pero deseaba seguir, a estas alturas daba igual quién abriese la puerta. «Toc, toc». Volvía a oírse de nuevo, insistente. Su pulso se aceleró, y el corazón comenzó a latirle a mil por hora en el instante en que la puerta se abría y dejaba pasar un haz de luz, que la despertaba del sueño.

Se despertó empapada en sudor y respirando agitadamente. Miró hacia la puerta. Estaba cerrada. Por un momento sintió que todo había sido real y que había observándolos tras la puerta. Recordó el sueño, y sonrió, aliviada. Porque en el mundo onírico nada estaba bien, ni mal. Todo era posible, y tan simple como dejar que el deseo actuase a su libre albedrío. Sin más preocupaciones ni ataduras que las que debieran atarla a la cabecera de la cama.


Ewinor

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