19.2.17

Crisis de identidad

Cada día siento más míos los delirios misántropos que surgen en la azotea de mis alborotados pensamientos. Rígida en mis horarios diurnos paso el día aspirando humos de bienestar y observando letras en una pantalla. Disfrazando la existencia de fugaces sonrisas, mientras el alma vive despedazada frente a un espejo roto y una existencia desalmada.

Esas escapadas que llevan a la cumbre de mi demencia, caminando entre cerebros repletos de serrín y algún que otro resquicio de cordura, acumulando silenciosas derrotas con la locura propia de una rosa ya marchita, abocada a una temprana vejez mental y perdida en un mundo extraño en el que no me siento bienvenida, un mundo de ilusiones iniciadas y esfumadas en los infortunios de mi propia vanidad.

Imagen de broken, black and white, and glassExtasiada ante los textos y el recuento de seres minúsculos, hojas de papel y tachaduras interminables, de pruebas escritas que no prueban nada, de estudios con los que no aprendes, todo con el objetivo de alcanzar metas inalcanzables, proyectos de vida que son solo enigmas. Todo, para acabar siendo solo una figura de sal en un mar de nieve que el verano derrite.

Años perdidos en gastar tinta y papel, ilusión y esfuerzo, rodeada de infelices, de extraños, de sonrisas de juguete, de estrictos horarios, ahuyentando las oportunidades y a mi imagen rota y quebrada en el espejo.

Cada mañana el mismo bostezo y por las noches, el mismo drama. Entre almohadas y suspiros, desorden, con el sueño arrebatado y la mirada infinita perdida en el “qué hubiera pasado si…”. Lo cotidiano es ya solo una rutina de mensajes, de ausencias, de deseos ocultos y de sueños en silencio. Y al final, nada. Nada que contemple que la existencia es solo un pasatiempo o una pérdida de tiempo, con la coraza puesta y la pasividad de una fría piedra.

La venganza no escrita de nuestras propias decisiones, decapitando desdichas y abrazando nuestros propios verdugos, sentencias que nos postergan a vivir encadenados, con esa condena de aceptar quienes somos.

Despierto cada mañana con esa idea, ese endiablado recuerdo, el abrupto pensamiento de la miserable existencia. La ventana sucia, la luz pálida, el cielo gris y la montaña de edificios. Todo sigue igual. Nada ha cambiado desde ayer, al espejo que me mira, lo ignoro, ese espejo que me recuerda que soy y existo. Y me hace preguntarme, qué cambiaría en tu vida -sí, tú que lees esto- si yo no existiera. Probablemente nada cambiaría.

Oculto en las tinieblas de los propios e íntimos asuntos, despereza un latido. Toca alegrar el rostro con mil brochas y colores, afrontar de nuevo el revés caprichoso de ser o no ser. Y me alejo absorta en vencidas tristezas, en una soledad de calendario, de días fugaces, de noches eternas, de disparates, de absurdos, de insensateces. Y, sin mediar un solo respiro, dejo que pasen las horas como esta noche; recogida, sola, en frente de un espejo roto por mi ira, donde ni me veo ni me encuentro, donde hay alguien en mí que me recuerda que ésa que me mira no soy yo.



Esther

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