28.2.17

Adicción

El perfume alocado del deseo se confundía con el olor a tabaco que surgía de su piel desnuda, su boca exhalaba una neblina constante, trepando la carne de mis labios para descansar un instante en el ínfimo espacio que separaba el roce de nuestras lenguas. Aspiraba lentamente la nicotina alojada en sus pulmones mientras notaba el sabor de su saliva en mi paladar. Con la última calada maquillaba mi rostro antes de fundirnos de nuevo en el goce de la carne. Se empapaba mi piel resbalando gozosa sobre el sudor que emanaba del ardor de su cuerpo. Rendidos y satisfechos, compartíamos de nuevo cigarros, besos y caricias hasta quedar colmados de placeres. Abrazados, nos entregábamos al sueño reponedor, envueltos por la fragancia embriagadora del sexo y la nicotina...

... Medio sumida en un sueño repetitivo escribo estas líneas, parte de mi terapia para combatir la adicción. No puedo evitar que mi olfato se inunde de un perfume especialmente conocido.


"¿Qué me dices, compartimos un cigarrillo?"


Esther

21.2.17

VIII.

Basta proponerse dejar de fumar, para que todo el mundo te ofrezca un cigarrillo.

19.2.17

Crisis de identidad

Cada día siento más míos los delirios misántropos que surgen en la azotea de mis alborotados pensamientos. Rígida en mis horarios diurnos paso el día aspirando humos de bienestar y observando letras en una pantalla. Disfrazando la existencia de fugaces sonrisas, mientras el alma vive despedazada frente a un espejo roto y una existencia desalmada.

Esas escapadas que llevan a la cumbre de mi demencia, caminando entre cerebros repletos de serrín y algún que otro resquicio de cordura, acumulando silenciosas derrotas con la locura propia de una rosa ya marchita, abocada a una temprana vejez mental y perdida en un mundo extraño en el que no me siento bienvenida, un mundo de ilusiones iniciadas y esfumadas en los infortunios de mi propia vanidad.

Imagen de broken, black and white, and glassExtasiada ante los textos y el recuento de seres minúsculos, hojas de papel y tachaduras interminables, de pruebas escritas que no prueban nada, de estudios con los que no aprendes, todo con el objetivo de alcanzar metas inalcanzables, proyectos de vida que son solo enigmas. Todo, para acabar siendo solo una figura de sal en un mar de nieve que el verano derrite.

Años perdidos en gastar tinta y papel, ilusión y esfuerzo, rodeada de infelices, de extraños, de sonrisas de juguete, de estrictos horarios, ahuyentando las oportunidades y a mi imagen rota y quebrada en el espejo.

Cada mañana el mismo bostezo y por las noches, el mismo drama. Entre almohadas y suspiros, desorden, con el sueño arrebatado y la mirada infinita perdida en el “qué hubiera pasado si…”. Lo cotidiano es ya solo una rutina de mensajes, de ausencias, de deseos ocultos y de sueños en silencio. Y al final, nada. Nada que contemple que la existencia es solo un pasatiempo o una pérdida de tiempo, con la coraza puesta y la pasividad de una fría piedra.

La venganza no escrita de nuestras propias decisiones, decapitando desdichas y abrazando nuestros propios verdugos, sentencias que nos postergan a vivir encadenados, con esa condena de aceptar quienes somos.

Despierto cada mañana con esa idea, ese endiablado recuerdo, el abrupto pensamiento de la miserable existencia. La ventana sucia, la luz pálida, el cielo gris y la montaña de edificios. Todo sigue igual. Nada ha cambiado desde ayer, al espejo que me mira, lo ignoro, ese espejo que me recuerda que soy y existo. Y me hace preguntarme, qué cambiaría en tu vida -sí, tú que lees esto- si yo no existiera. Probablemente nada cambiaría.

Oculto en las tinieblas de los propios e íntimos asuntos, despereza un latido. Toca alegrar el rostro con mil brochas y colores, afrontar de nuevo el revés caprichoso de ser o no ser. Y me alejo absorta en vencidas tristezas, en una soledad de calendario, de días fugaces, de noches eternas, de disparates, de absurdos, de insensateces. Y, sin mediar un solo respiro, dejo que pasen las horas como esta noche; recogida, sola, en frente de un espejo roto por mi ira, donde ni me veo ni me encuentro, donde hay alguien en mí que me recuerda que ésa que me mira no soy yo.



Esther

17.2.17

VII.

- No te preocupes, todo saldrá bien -le consoló la voz-.
- Eso es lo que me preocupa -contestó ella-.

12.2.17

VI.

Escribía porque no tenía otra forma de besarle.

5.2.17

V.

La escritura es como esa conversación arriesgada; cuanto más te adentras en ella, más difícil te resulta dejar de escribir.

2.2.17

El placer de lo prohibido

Según pasaban las horas, quedó dormida y dejó su piel desnuda y vulnerable. Desde hacía un par de meses, esperaba con impaciencia que llegara la noche para volver a estremecerse en sueños.

Tan pronto como cerraba los ojos, sentía un escalofrío en la nuca que le erizaba toda la piel, seguido de una voz susurrante, que despertaba su fuego interno. Era entonces cuando se giraba, sus miradas se cruzaban y otro escalofrío recorría toda su columna. De repente, notaba el calor de sus manos expertas acariciando sus piernas con delicadeza y su imponente mirada clavada en sus labios. Se sentía atrapada, vulnerable, y eso le encantaba.

En ese momento sus bocas se encontraban y se desataba la batalla. Ambas lenguas jugaban dentro de la boca y los dientes mordían con brusquedad sus labios, mientras las manos arañaban los hombros, haciéndolos sangrar. El juego continuaba por unos minutos hasta que él la tumbaba con ímpetu sobre la cama y se colocaba sobre ella, sujetándole las muñecas con las manos. La lengua que hacía poco estaba jugando con la suya, pasó a recorrer despacio todo su cuerpo un par de veces, de arriba a abajo. Sin darse cuenta se vio a sí misma siendo atada a la cabecera de la cama con una cuerda gruesa que llegaba a hacerle daño en las muñecas.

Inmovilizada, sentía un cosquilleo en la zona interna de los muslos. De nuevo, sus manos le acariciaban las piernas, pero esta vez con más fiereza. Él, aprovechaba ese momento para retomar el juego entre sus piernas, y conseguir sacarle el primer gemido de placer. Mientras tanto, ella, seguía luchando con aquellas cuerdas que le impedían tocarle y agarrarle la cabeza. Como si él supiese lo que ella pensaba, levantaba la cabeza, la miraba a los ojos con la intensidad que le caracterizaba, y desataba los nudos.

Se tumbó sobre ella, rozando su piel desnuda y buscando de nuevo su boca. Entonces ella cerraba los ojos, dejándose llevar. Por fin, sentía que sus cuerpos se unían y todo su cuerpo estremecía, al tiempo que ambos escuchaban sus entrecortadas respiraciones.

«Toc, toc». Se escuchaba tras sus gemidos de placer, pero deseaba seguir, a estas alturas daba igual quién abriese la puerta. «Toc, toc». Volvía a oírse de nuevo, insistente. Su pulso se aceleró, y el corazón comenzó a latirle a mil por hora en el instante en que la puerta se abría y dejaba pasar un haz de luz, que la despertaba del sueño.

Se despertó empapada en sudor y respirando agitadamente. Miró hacia la puerta. Estaba cerrada. Por un momento sintió que todo había sido real y que había observándolos tras la puerta. Recordó el sueño, y sonrió, aliviada. Porque en el mundo onírico nada estaba bien, ni mal. Todo era posible, y tan simple como dejar que el deseo actuase a su libre albedrío. Sin más preocupaciones ni ataduras que las que debieran atarla a la cabecera de la cama.


Ewinor