Antes me bastaba mirarte para saber que habitaba en ti, como si tu mirada fuese un espejo secreto donde encontraba certeza. Ahora dudo: ¿sigues guardando mi nombre en tus pensamientos, o me he convertido en un huésped olvidado?
Hay noches en las que repaso tus gestos como quien revisa una fotografía gastada, intentando adivinar si la sonrisa era para mí o para alguien que ya no soy. Te observo y me pregunto si tus silencios son descanso o distancia, si tu roce es rutina o todavía deseo.
Recuerdo cuando tus palabras eran refugio y no enigma, cuando me bastaba con escuchar tu voz para sentir que el mundo se acomodaba a mi alrededor. Ahora cada frase tuya parece medir una frontera invisible, y me descubro intentando cruzarla sin permiso, buscando grietas donde entrar.
A veces me sorprendo buscándome en ti, como quien busca un eco en un valle. Y temo que la respuesta sea el vacío, que la ausencia se haya instalado sin anunciarse. Quizá ya no soy melodía, quizá me he vuelto ruido, o tal vez eres tú quien ha aprendido a escuchar el silencio sin miedo.
Me aferro a los recuerdos, a esos instantes donde no había duda: la risa compartida en la madrugada, enhebrar nuestros brazos en mitad de la calle, la forma en que tus ojos me detenían como si todo lo demás fuese prescindible. ¿Dónde quedaron esos fragmentos? ¿Siguen escondidos en algún rincón de ti o ya los has dejado marchar?
Y aquí me encuentro, suspendida entre certezas pasadas y sospechas presentes, preguntándome en silencio si todavía brillo en tu mirada...
o si simplemente me he vuelto invisible ante ella.
Esther