Suspiros que salen de su boca cada vez que recuerda sus
ojos, cada vez que al bajar los párpados imagina su voz afónica entre el cuello
y la oreja. Dos armas letales que ella nunca vio como amenazas.
¡Qué ingenua! Nunca se le hubiera pensado por la cabeza que
aquello que cada noche le hacía soñar y tocar las nubes con los dedos, cualquier
día haría que las lágrimas rodaran rostro abajo hasta recubrir sus labios con
un amargo sabor salado.
Una pistola invisible apuntaba a su sien, ignoraba que estaba
condenándose a sí misma. Que iría de cabeza a una muerte segura. Cada “te
quiero” era una bala que cada vez costaría más arrancar del corazón.
¿Qué hará ahora que la guerra ha terminado? ¿Cuál de los dos
bandos ha salido ganando? Quizás no debió cerrar los párpados y subir a su
nube. ¡Si fue culpa suya! Él le advirtió que los pies en la Tierra es donde
mejor están -el que avisa no es traidor, dicen-.
Él sostenía la pistola, pero no puede culparle. ¡Fue ella
misma la que decidió apretar el gatillo! ¿Qué hará ahora con las balas?
Quitarlas una a una duele demasiado. Dejar que permanezcan no dejará sanar la
herida. Pero ella ya está acostumbrada al dolor, ¿o no? Al fin y al cabo parece
que le busca las cosquillas.
Sácate esas balas, que no te pertenecen y olvídalas en un
rincón.
Esta guerra no era tuya.
Ewinor
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