Los días rieron, con esa sencillez que llena una mirada.
Esos días que discurren entre el decir y el callar, más sus pasos, que no se oían;
ella temblaba frente al tiempo y él... él nada sabía. Buscaba encontrar una sola razón para seguir amando la vida.
De él, tantas cosas, que todas resumían una única razón: quererle, hacer latir su corazón. De ese modo en que no se alcanza, sino pasión; un instante nada más y despertar juntos entre sábanas y sudor.
La apagada tristeza la llamaba por su nombre. Un nuevo amanecer herido de esperanzas rompía su vida, imponiendo un silencio aterrador.
Son adioses, que tras el camino, se traducen en huida y ausencia, en silencios que culminan en dolor, en labios mudos que, por miedo, no permiten salir su voz
Dolía cada instante. Él supuso poco. Sentía que se alejaban poco a poco su perfume y su color, como una nube que oculta los rayos de sol, y el lento latido de su cuerpo frágil se agotó.
Aquí, junto a su pluma duerme su corazón. Con pudor él lo sostiene, y en la otra mano una flor; la misma que hace tiempo le negó. Demasiado tarde quiso demostrarle su amor.
Rosas de dolor, que poco a poco el tiempo marchitó.
Esther
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