Entraron a trompicones por la
puerta de la habitación, con los labios jugando a encontrarse en la oscuridad y
la ropa ya casi hecha jirones. Le sorprendió verse contra la pared y sentir su
aliento en el cuello. La luz del
amanecer teñía de un rojo intenso el largo cabello donde ahora se perdían sus
manos. Parecía fuego. No sabía si el calor que sentía era cosa de su pelo o es
que verdaderamente le sobraba la ropa que aún llevaba puesta.
Como si le hubiese leído el
pensamiento, la chica de fuego resolvió sus dudas en un abrir y cerrar de ojos.
Por fin ese momento que tanto tiempo había estado esperando, sus ojos no podían
creerlo. Allí estaban las dos, frente a frente y semidesnudas, admirando el
cuerpo de la chica que tenían delante. Fuego y madera, los dos elementos
necesarios para desencadenar un devastador incendio.
Se miró a sí misma. No sabía
cuándo ni cómo había ocurrido, pero su pecho estaba lleno de carmín rojo con la
forma de sus labios. Su respiración estaba tan agitada que parecía que se le
iba a salir el corazón por la boca.
Con solo una mirada ambas
supieron que era hora de tirar los tacones a los pies de la cama. Y en menos de
lo que dura un suspiro la chica de fuego ya se encontraba encima de ella,
inmovilizando sus muñecas contra el colchón. Un leve jadeo se escapó de su boca
cuando notó la lengua que antes la había besado, recorriendo su pecho muy
lentamente. Ésa fue la chispa que terminó por encender la cerilla. Podía hacer
con ella lo que quisiera. Era suya, siempre había deseado que así fuera.
Las manos que antes la tenían
inmóvil, habían sido sustituidas por cintas de terciopelo negro que ahora la
ataban al enorme cabecero de la cama. La chica de fuego se desabrochaba el
sujetador ante sus ojos, dejando que éste se deslizara suavemente por su blanca
piel. Era demasiado cruel tener que ver eso y no poder tocar su cuerpo, el
cuerpo más perfecto que jamás había visto. Podía sentirla cada vez que ella
acariciaba su cuerpo con las manos, que cada vez se encontraban más abajo…
hasta parar al borde de sus caderas. Sus besos en la tripa le erizaban la piel,
las yemas de sus dedos se deslizaban por sus muslos, llevándose consigo la
única prenda de ropa que la cubría.
Las manos volvieron con violencia
a sujetar sus caderas. Los besos suaves ahora eran mordiscos que bajaban de la
tripa a un punto medio entre sus manos. De nuevo la lengua quiso entrar en el
juego, bajando a descubrir esa parte que hacía tan poco había quedado al
descubierto. Cerró los ojos de placer, se mordió el labio tan fuerte que se
hizo sangre. Sabía increíblemente dulce.
Abrió los ojos de repente. Estaba
sola en la cama, sudando y no había rastro de ella por ninguna parte, ni
siquiera sus labios seguían dibujados sobre su pecho. A su derecha en la
mesilla, la luz del móvil le avisaba de que tenía un mensaje:
“¡Feliz
aniversario, cielo!
Despierta o llegarás tarde.
Te quiero.
Ángel.
PD: Siento
haberte despertado.”
Con mucho pesar se levantó de la
cama y se miró al espejo. Tenía la cara bañada en lágrimas y sangre en los
labios.
Ewinor