Tan inestable como una balanza, tan peligrosa
como cristales rotos, despiadada como el azar.
Les miras y rompes a llorar por dentro. Las lágrimas no se ven, mostrarte débil no es una opción. El llanto se ahoga entre el humo de las fotografías que todavía arden al fuego, las miradas se cruzan buscando respuestas que no tienen preguntas a las que responder.
Lanzas una moneda hacia el ocaso y en tu mano
siempre cae la cruz. Antes de echarlo a suertes ya sabías que la vida nunca te
sonríe, la esperanza hace tiempo que te dijo adiós y tú misma te encargaste de
romper en pedazos ese pasado que ahora echas de menos.
Todos ellos perecieron bajo la sombra del error, se
perdieron entre los escombros que un buen día decidió dejar la vida. Qué
poseen, de qué carecen… preguntas vanas, pues hace tiempo que nada es tangible.
Cuentan que algunos han llegado a morir ahogados
en su reflejo. No por pecar de ilusos, sino por demencia, por querer recuperar el
brillo de sus ojos en ese océano que atrapa a sus demonios interiores. Algunos ingenuos
llegaron a pensar que la realidad estaba en su espejo y que todo sería tan
efímero como el tiempo que tardaran en decidir apartar sus ojos del cristal.
Se equivocaban. La tortura es permanente, el pasado
es el peso en los hombros que aniquiló a un futuro incierto y que es sostenido
por un presente cansado y dolido.
Pero
nada de esto es apreciable. Al otro lado muestran caras maquilladas con sonrisas
que duelen más que llantos. Engañar es fácil, pero mentirse a uno mismo es
lacerante. Todos pintan la felicidad, pero pocos lo hacen por inspiración, la
mayoría plagian lo que ven, lo que les han contado antes de irse a dormir,
antes de cerrar los ojos, antes de regresar al otro lado, al que no se ve…
ése
donde solo se llora.
Ewinor